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Admiraba Don José Orberá, Obispo de Almería, el temple emprendedor de Madre Soledad, sabía también de su sueño de construir una casa

que sirviera de referencia a la Siervas con capacidad para acoger a las que enfermaran; deseo al que sólo ponía freno la prudencia de la Madre que temía endeudar con los costos a la Congregación. Pero pensaba el santo Prelado que a todo podía hacer frente la Madre pues era completamente pobre, trabajaba gratuitamente y su confianza en la Providencia no tenía límites…
Así que, él mismo firmó la escritura para adquirir el terreno que albergaría a la Casa Madre…y orientadas por él, las Siervas, como abejas laboriosas se esparcieron por toda España para recaudar los fondos, trabajando con tal empeño que Madre Soledad llegará a afirmar:”Hijas mías estos muros están amasados con la sangre de vuestras venas”.
He aquí la crónica de los primeros pasos de la postulación que la Madre inicia en Almería.

Jesús, María y José

Primera dirección por los pueblos siguientes, en que salimos de esta Comunidad de Almería, el 28 de agosto de 1876 a las doce de la noche, y nos embarcamos en el vapor Rosario, para Adra, y llegamos a dicho punto a las siete de la mañana del 29.

Fuimos muy bien recibidas, y después de presentarnos a las dos autoridades, eclesiásticas y civiles, éstas dispusieron acompañarnos, como así lo hicieron y dimos principio a nuestra cuestación acompañadas del Presbítero don Diego Fernández de Piñar (en cuya casa fuimos perfectamente hospedadas) y un dependiente del Municipio.

Casa por casa, y puerta por puerta, nada se nos puso por delante; mas que todo sea por honra y gloria de Dios Nuestro Señor y aumento de nuestra Congregación, que sea una buena áncora donde se salven nuestras almas, las de nuestros Prelados, nuestros Directores y especialmente las de todas aquellas personas que tanta parte ponen en que se extienda nuestro amado Instituto; sin olvidarnos de las de nuestros pobrecitos enfermos y las que contribuyen con sus limosnas. Así sea. En dicho día 29 y 30 recogimos 255 reales.

En dicho día salimos para Berja en un coche diligencia y llegamos a la posada a las diez de la noche, en donde estuvimos hasta el día siguiente, en que el encargado de la Parroquia supo dónde estábamos y tuvo la bondad de mandarnos llamar para su casa, el que nos atendió con todo lo necesario. Los posaderos se quedaron con mucho sentimiento de nuestra separación y no permitieron cobrar nada por la noche y horas que estuvimos después de darnos la cena y desayuno. Además, un caballero que allí se encontraba, y extraño para nosotras, nos pagó los asientos de la diligencia.

Continuamos por el orden anterior y dimos principio a nuestra cuestación y en el 31 y 1 de septiembre sacamos a pesar de las dificultades 274 reales, 20 céntimos. Salimos para Dalias en un coche diligencia y llegamos a dicho pueblo, y en el día 2 y 3 que empezamos nuestra petición por el orden ya referido y hospedadas en una casa de las más principales, recogimos 604 reales. A todos estos puntos nos acompañó el señor lectoral del Seminario de Almería, a quien el ilustrísimo señor Obispo nos confió, y este señor lo hizo muy bien.

Salimos del pueblo de Dalias a las doce de la noche, y aquí fueron los grandes apuros. Es un camino pésimo, como ya lo vimos a nuestra ida. Nos subimos en un carro que nos prepararon y éramos seis viajeros; pero los cuatro no se determinaron y fueron a pie por otro camino más breve y mejor, una grande jornada. Mas, nosotras, que no podíamos andar, fuimos como digo, en el carro, hasta que el carretero nos dijo que nos bajásemos por el grande peligro de las cuestas y montañas que teníamos que subir. Me agarré al brazo de mi compañera Sor María Josefa y la digo: “Hija mía adelante con la cruz”.
Invocamos a nuestra Madre de la Salud, a San José, San Juan Bautista y San Rafael, y con la ayuda de éstos y principalmente con la del Todopoderoso, pudimos salir de aquel tan grande peligro de cuestas que, por lo solitario y oscuro es medroso. Después de este peligro encontramos a los compañeros, rendidos de andar nos esperaban en la conclusión de las montañas.

Continuamos nuestro viaje menos mal, y llegamos a un puertecillo de mar que le llaman Aguasdulces para embarcarnos; pero estaba este tan revuelto con unas fuertes olas que no se determinaron a que nos embarcáramos; y como Dios Nuestro Señor querría pasásemos por todas las dificultades, no quiso privarnos de ésta que no fue pequeña. Nos prepararon unos borriquitos, no con jamugas, sino con unos aparejos del país. Una buena fotografía podía haberse sacado. Un Sacerdote, con su traje talar, un caballero y dos religiosas montados en sus burros, y los arrieros, componían toda la comitiva.

Emprendimos por nuestras cuestas y montañas, sin dejar la orilla del mar, que era imposible describirlo las subidas y bajadas: tan pronto nos veíamos con la cara en el suelo, como en las espaldas, pues lo que por una parte subíamos, teníamos que bajarlo por la otra; nos parecía que siempre nos encontrábamos en el mismo sitio. Los pobrecitos trabajadores que se encuentran trabajando allí taladrando las montañas para hacer camino, se pasmaban al vernos. Todo esto era con la fuerza del sol, y solo la sombra del cielo.

Por fin llegamos a otro puertecito con muchísimo trabajo, pero con la ayuda de Dios nuestro Señor sin más novedad que el cansancio del camino. Allí creíamos nos esperaban con un carruaje, y como llegamos tarde ya se habían marchado. Mas, entre tanto que nos preparaban el desayuno en aquella venta, a orillas del mar, dispuso un buen caballero fueran a Almería en busca de un carruaje. Por fin llegó este y terminamos nuestro viaje por entonces, llegando a nuestro Belén de Almería, en donde encontramos a nuestras hermanas y queridas hijas buenas y deseosas de vernos. Sólo una que creí encontrármela mejor, y en el mismo día, por disposición del médico, de acuerdo con el ilustrísimo señor Obispo y servidora, se dispuso su marcha para Valencia, embarcándose en el vapor que cabalmente salía aquella noche para Cartagena. Dios nuestro Señor me dio fuerza para todo, pues a pesar de mi cansancio me dio valor para preparar el viaje y despedirme de una Hija espiritual que tan enferma se encontraba, y la exposición de algún percance en el camino poco agradable; mas confiando en el que todo lo puede, llegó a su destino, aunque mareada, bien.

Esto fue el 5 de septiembre de 1876. El 7 del mismo salieron para varios puntos de la provincia con el mismo objeto de recoger la póstula dos parejas de Siervas, compuestas de las Hermanas siguientes: Sor Consuelo y Sor Campanar; Sor Josefa y Sor Corazón de María.

El 15 de idem salí de Almería para Vera por orden del muy ilustrísimo señor Obispo, nuestro protector, dejándome a Sor Angustias en Belén sola. Emprendí mi viaje sola y llegué sin novedad al referido Vera, encontrándome allí con una de las dos parejas, Sor Consuelo y Sor Campanar. Acto continuo me presenté a ver a su ilustrísima, que me esperaba para darme las disposiciones de cómo emprender el viaje para Garrucha, y algunos otros puntos más.

Este ilustre Prelado no se olvidó de fortalecer nuestro espíritu, para poder llevar a cabo tan ardua empresa. Al día siguiente, domingo, que celebraba nuestra santa Madre Iglesia los Dolores Gloriosos de nuestra Señora querida Madre la Virgen Santísima, se presentó antes de las cuatro de la mañana, en la capilla del Hospital para confesarnos a las tres hermanas que en dicho punto estaban hospedadas. Después celebró el Santo Sacrificio de la Misa, nos dio  la Sagrada Comunión, que recibimos en unión con las Hijas de la Caridad; y después de todo, y tomar el desayuno, emprendimos nuestro viaje para el referido Garrucha en compañía de los Sacerdotes, dispuestos por su señoría ilustrísima. Llegamos a dicho punto y nos hospedamos en casa del señor Cura, como en los demás puntos; y después de descansar en breve rato, emprendieron la póstula en compañía del señor Cura hasta la hora de comer. Después, por la tarde, salimos todas, y al paso vimos el nuevo Hospital del señor Don Juan María Anglada. Hablamos con dicho señor, y su esposa y madre, quienes desean nos encarguemos de los cuidados y aseo del establecimiento. Quedamos de acuerdo y se verificará la fundación para primeros del año entrante, después de hechas todas las formalidades.

Concluido este negocio y la póstula el mismo día 16, domingo, nos retiramos; y en el camino las Hermanas y los señores Sacerdotes acompañantes se dirigieron a Cuevas y yo me quedé en Vera con las Hijas de la Caridad, las que nos tratan como Hermanas de la misma Orden. En dicho punto permanecí hasta que volvieron las Hermanas de Cuevas e hicieron su póstula en Vera; y el 22 del mismo nos retiramos para Huércal-Overa, que llegamos a las 11,30 del día y el señor Cura Arcipreste nos recibió muy bien. De aquí salimos el 26 a las cinco de la mañana para Vélez Rubio en un carro que un labrador nos prestó, y llegamos al dicho Vélez Rubio a las ocho de la noche. En el camino paramos en un pueblecito que le llaman el Puerto y el señor Cura Lumbreras, que es un santo varón, nos preparó al instante la comida. ¡Dios se lo pague!.

Y hoy 27, salen las Hermanas Sores Consuelo y Campanar a hacer la póstula con dos Sacerdotes, dispuestos por el ilustrísimo señor Obispo, quien es incansable.

De dicho Vélez Rubio salimos las dos Hermanas arriba referidas para Vélez Blanco, y la que suscribe para ésta en el mismo día 2 de octubre.

Jesús, María y José

En Adra, agosto de 1876, el día 29, en que se dio principio a la cuestación para la Casa Madre:

Madre Soledad y Sor María Josefa, acompañadas del Presbítero don Diego y un guardia; de casa en casa 200 reales, 55 céntimos más.

Salimos de ésta para Berja. El 31 en ídem y 1 de septiembre, 274 reales, 20 céntimos.

De Almería salí el 15 para Vera, y el 16 de dicho punto para Garrucha, en donde se preparó una fundación que se verificará a primeros del año entrante; otra en Huércal-Overa desean también y para la enseñanza.

Sor Soledad Torres.


 

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