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50.- Carta Circular a todas las Siervas de
María.- diciembre 1885

Aprovechando la reunión de las Superioras para la inauguración de la Iglesia de la Casa Madre se celebra un Capítulo General, que presidió el Padre Gabino como dele¬gado del Obispo de Madrid.
Resultó elegida como Madre General Madre Soledad Torres Acosta, constituyendo el Consejo las Madres: Piedad Santa Olalla, Pilar Angulo, Patrocinio Marcos, Asunción Varona, Secretaria General Madre Refugio  Escalada y cuarta Consiliaria   y Maestra de Novicias Madre Josefa Díaz.
En el Capítulo  las Madres optaron y aceptaron como regla del Instituto la de San Agustín. El Padre Gabino como Comisario General de los Agustinos Recoletos otorgó la patente especial y oficialmente la participación a las Siervas de María de todos los méritos y buenas de la Orden Agustinos Recoletos.
Terminado el Capítulo dirigió la Madre Soledad esta carta a todas las religiosas de la Congregación.
Se la  dicta "el corazón tierno de una Madre que, penetrada del amor más puro hacia sus Hijas, no desea otra cosa que su espiritual aprovechamiento". Se diría el testamento espiritual que, como Fundadora dirige al Instituto apuntalando la obra que se le ha confiado sobre las líneas más sólidas del Evangelio, Dejando como la herencia más valiosa la del amor: "Sea, pues, la única aspiración de las Siervas de María el oro, pero el oro del amor de Dios, el tesoro de las virtudes y el fuego de Duna caridad acendrada para con el prójimo enfermo".

 

J. H. S.

 

Carta Circular.
Diciembre 1885


Mis amadas Hermanas en Jesucristo:
La gracia y comunicación del Espíritu Santo sea con vuestras caridades. Nuestra benéfica Institución, con la gracia de Dios nuestro Señor y la protección visible de la santísima Virgen María, se ha propagado tanto, que en la actualidad cuenta con 300 Siervas aproximadamente, y treinta casas en la península y Ultramar. Por esto y aprovechando la favorable ocasión de hallarse  reunidas las Superioras de todas las casas, con motivo de la solemne inauguración de la iglesia de esta Casa Matriz, pareció oportuno celebrarse el primer Capítulo General Extraordinario de la Congregación, el cual previa la competente autorización del Prelado Diocesano, y presidido como Delegado del Prelado por el Director de la Congregación, Padre Gabino Sánchez, tuvo lugar en tres sesiones verificadas los días 27 de noviembre, 1 y 4 de diciembre de 1885. En la primera se trato por indicación del ilustrísimo señor Obispo de adoptar como Regla del Instituto una de las santas Reglas aprobadas por la Iglesia, y con admirable concordia y por aclamación, se eligió la Regla del gran Doctor de la Iglesia y patriarca San Agustín.

En la segunda sesión se verificó la elección del Consejo General, Maestra de Novicias y secretaria General.
En la tercera y última se llevó a cabo la elección de Superioras, para todas las casas de la Congregación.
Pues bien, carísimas Hermanas mías; por un efecto de la Providencia, recayó el cargo de Superiora General en esta indignísima Sierva de María, la menor de todas sus Hermanas, la que aterrada con la consideraci6n de la estrechísima cuenta que Dios le ha de pedir, por lo que hizo, lo que dejó de hacer, lo que permitió, lo que toleró, lo que disimuló… repite con Santa Teresa: "Mejor quisiera tener sobre mi alma cien Superioras, que ser yo Superiora de una sola". En descargo de mi conciencia quiero recordar a vuestras caridades algo de las graves obligaciones que van anejas al glorioso dictado de ser Sierva de María. Es preciso, carísimas mías, llenar toda justicia (son palabras del mismo Jesucristo en San Mateo)  es  decir, que es preciso para salvarse, cumplir toda ley, sea general por el estado de perfección o particular por el empleo del Instituto.
 Por lo que hace  al fin particular nuestro, me limito a recomendar con la mayor eficacia a vuestras caridades el capitulo XVI, último de nuestras Constituciones, que "trata de la asistencia de los enfermos en sus domicilios". Lean y relean, con la mayor atención y deseo de llevar a la práctica los saludables consejos, las sabias advertencias que contiene este importantísimo capítulo, y no dudo que ajustándose a sus prescripciones llenarán vuestras caridades con la prudencia que se merece tan delicado y sagrado deber, que es el fin de nuestra Congregación.
Pero no basta esto, amadas Hermanas mías, no basta esto para cumplir bien y con Espíritu de caridad esta parte sustancial de nuestro Instituto, para que la Sierva de María  esté pronta y preparada a asistir a todo enfermo por repugnante y contagiosa que sea la enfermedad que padezca, gratuitamente y sin otra esperanza que la recompensa eterna; es necesario de toda necesidad atender, muy de propósito, a su propia santificación. Y ¿cómo lo conseguiremos? Por la fiel observancia de nuestros votos y Constituciones. Yo os exhorto, pues, mis Hermanas carísimas, a tomar todo género de precauciones para evitar las infracciones de los santos votos y llevar a cabo lo que a Dios nuestro Señor prometimos con la mayor exactitud.
Para cumplir bien con el voto de pobreza tengamos muy presente lo que disponen nuestras Constituciones en el capitulo V de los Votos, párrafos 4, 5, 6 y 7. La pobreza voluntaria, primera condición para toda persona que aspira a la perfección, nos libra de la solicitud de los bienes terrenos, que tanto impiden la adquisición de los eternos; nos hace morir al mundo, estrechándonos a no vivir sino para Dios; sea la única aspiración de las Siervas de María el oro, pero el oro del amor de Dios, el tesoro de las virtudes y el fuego de una caridad acendrada para con el prójimo enfermo. En cambio, Hermanas mías, de lo que dejamos en el mundo nos promete Jesucristo “aquí el ciento por uno, y en el cielo la eterna corona”. OH, qué precioso cambio!. ¿Quién no se animará a ser fiel a su promesa...?
Del voto de castidad, por el cual hemos sacrificado a Dios todos los placeres de los sentidos, obligándonos a vivir en la tierra como los ángeles del cielo, diré muy poco, porque supongo a todas con una regular instrucción, ya de las excelencias de esta angelical virtud, de que están llenos los libros que andan en manos de todas (especialmente la Monja Santa), como de las culpas, que por palabras, obras, deseos y miradas libres, pueden cometerse contra una virtud tan excelente y un voto tan admirable.

La castidad es un tesoro inestimable y sobre toda ponderación; mas como este tesoro los llevamos en vasos quebradizos, según el lenguaje del apóstol, es necesario un sumo cuidado para no perderle. Las guardas principales de la castidad son, bien los sabéis, la templanza en la comida y bebida, estar bien ocupadas en el servicio de los enfermos o en el trabajo de manos, o en lecturas útiles, o en ejercicios de vida espiritual; que guardemos los sentidos especialmente, los ojos y los oídos, nos lo dice expresamente el Espíritu Santo y que muchas perecen por no hacerlo así; acordémonos con frecuencia que el mundo tiene puestos en nosotras los ojos, que somos Siervas de la Madre de toda pureza, y que Jesús, nuestro celestial e idolatrado esposo, ha dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios".
El voto de obediencia que es, sin duda, el más excelente de los tres que hacemos a Dios Nuestro Señor, consiste esencialmente en someternos con prontitud a la voluntad de los Superiores, en cuanto nos mandan con arreglo a la ley santa de Dios y a las Reglas y Constituciones del Instituto de nuestra profesión. Para cumplir con él, lleno de las obligaciones de este santo voto, ha de ser nuestra obediencia de voluntad y de obra, alegre y pronta. No basta hacer lo que se nos manda; es menester hacerlo con gusto y hacerlo siempre; el que hoy obedece y  mañana se excusa, lo compara un santo al que  pone colirio en sus ojos y después los refriega con sal. Se ha de obedecer, pacífica  y sosegadamente, sin exasperarse, ni poner mal semblante, cuando lo que se manda es penoso, incómodo o contra gusto. Se ha de obedecer con prontitud, sin excusas, como decir: "A mí no me toca eso, eso no es de mi oficio", etc., etc. La obediencia que mira solo a que el Superior lo manda y que Dios habla por el Superior, vence todas las dificultades.  ¡Grande es, Hermanas mías, el sacrificio que hacemos a Dios por el voto de obediencia ...! Empero regocijaos, que éste también es el sacrificio más acepto a nuestro amado Esposo Jesús y el camino más breve y más real para el cielo. Para este fin existen dos medios esenciales: la oración y la mortificación, que debemos tener siempre a la vista; desentenderse de ellos una Sierva de María, es mirar con indiferencia su perfección y aún el gran negocio de su salvación. La consideración de las cosas eternas siempre se ha juzgado precisa para dejar el pecado, amar la virtud y aprovechar en ella. Es absolutamente imposible pasar virtuosamente la vida, ni finalizarla bien sin la oración. La mortificación, sobre todo la interna, le es igualmente indispensable a la Sierva de María para morir al mundo y vivir enteramente crucificada a él. Todos los Santos Padres y autores ascéticos convienen en que es imposible el cumplimiento de los santos votos sin pedir a Dios su auxilio soberano y mortificación nuestras pasiones. Fijen bien en su memoria, mis amadas Hermanas, y procuren reducir a la práctica las santas prescripciones del capítulo IV del Reglamento, que trata de oración mental y vocal y ejercicios piadosos que las Siervas de María practicaran dentro y fuera de casa.
En fin, mis amadas en Jesucristo, mucho más pudiera decir recordando las obligaciones  de nuestro estado; pero no quiero dar motivo a que por la prolijidad produzca molestia o fastidio la lectura de esta carta, concluyo exhortando a vuestras caridades a leer y meditar esta recopilación, de los principales deberes a que estamos obligadas, por nuestra profesión y ministerio; recopilación que procede del corazón tierno de una madre que, penetrada del amor más puro hacia sus hijas, no desea otra cosa que su espiritual aprovechamiento. Leed, repito esta recopilación, y tratad de cumplir las obligaciones estrechísimas a que se ligaron voluntariamente por su profesión religiosa. Las promesas que hicimos a presencia de los altares están escritas en el cielo como títulos de gloria para las Siervas de María, que las desempeñaron con fidelidad y como decretos de eterna condenación, para las Siervas que las quebrantaren o miraren con indiferencia.
Aunque vuestras caridades fueren  exactísimas en el cumplimiento y servicio con los enfermos, aunque vigilaran día y noche a la cabecera del colérico, del tifoideo, del varioloso, aunque trabajasen incesantemente en obras de supererogación si faltaren en los puntos que como sustanciales a nuestro estado he recordado en esta carta, se hallarán con las manos vacías, llenas de confusión y sin mérito alguno, en el tribunal terrible del último de los días, porque, como dice nuestro ya Padre San Agustín, no las muchas obras son las que constituyen el mérito, sino los progresos en la caridad.
El Padre de las misericordias nos conceda la perfección de esta virtud excelente, como humildemente se lo pide a su Majestad Soberana, su más indigna Sierva, Sierva así mismo de María y Hermana de vuestras caridades.


La Superiora General
Sor María de la Soledad Torres

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