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Nací en Navarra en 1942, me lavaron, me alimentaron, me bautizaron con amor, antes que yo la razón de todo esto encontrara y supiera que el dolor, tiene parte en el amor como en la flor el color.


Trece años rondaría cuando un rayo de luz alumbró mi corazón pequeño y me hizo ver como en un sueño, esa vida que la fe en Cristo encierra, así encontré mi estrella y me enamoré de ella.
Bautizada, quiere decir sumergida en el AMOR del PADRE, del HIJO y del ESPÍRITU SANTO, cuando aún yo no sabía que ese Dios vivía; cuando Él se descubrió a mi pobre personilla, deslumbrada yo quedé, lo que me enseñó la fe era que Dios me quería a mi, tan pobre y sencilla, tan pequeña, una niña, y el gozo y la admiración llenaron mi corazón de emoción. “Yo también le amaría y a Él me consagraría”.
Diez y seis años tenía cuando empecé el noviciado, -yo diría que oficial- pues el Huésped Celestial del corazón y el Sagrario me llamaba y enseñaba a amar a los hermanos; nuestras citas ya teníamos y al escondite jugábamos, pues Él siempre está escondido y a buscarle yo corría con el alma enamorada de un Dios que me poseía.
A la Virgen Inmaculada de mi Iglesia le pedía, me enseñara a amarle como Ella le amaría, a serle fiel en la vida a la gracia recibida y tengo que confesar que Ella me va enseñando, con la paciencia de Madre, con el prestigio de Reina.
Cuantas noches he pasado en clínicas y Hospitales y en casas pequeñas y grandes asistiendo a los enfermos con el cariño de madre, sabiendo que mi misión es Sierva de María y Ella, la Madre de Dios y mía, nuestra Señora de la Salud, me ayudaba y sostenía para que a todos llegara la Salvación que Jesús nos ofrecía con su Palabra y ejemplo, con su muerte y resurrección.
Después de cincuenta años a ese Dios consagrada, tengo el alma alborozada de la luz de aquella estrella que en mi adolescencia brillara y en mi juventud siguiera y no tengo pena que hubiera una estrella más bella, pues la mía es fuente de mi alegría y por ello sigo feliz en la vida, como Sierva de María, con el gozo de saberme en el amor de Dios sumergida.
Todos los que me leáis y descubráis esta historia, dadle conmigo las gracias por aquel rayo de luz que me hizo ver al trasluz de las cosas de este mundo a ese Dios que nos ama y como todos estamos en ese amor sumergidos, porque fuimos bautizados cuando aún éramos niños; yo le pido que su amor sea por todos sentido, que vivamos nuestras vidas como un don, agradecidos y cantemos con María la felicidad de Dios que nos ama como a Hijos.
Mi alma glorifica al Señor mi Dios, gózase mi espíritu en mi Salvador; Él es mi alegría, es mi plenitud, Él es todo para mí.

Sor Inés Fonseca Bravo

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