Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Enfermo (11-2-2019)
La Jornada Mundial del Enfermo es el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de
Lourdes
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA XXVII JORNADA MUNDIAL DEL
ENFERMO 2019: «Gratis habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8)
Queridos hermanos y hermanas:
«Gratis habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8). Estas son las palabras pronunciadas por
Jesús cuando envió a los apóstoles a difundir el Evangelio, para que su Reino se
propagase a través de gestos de amor gratuito.
Con ocasión de la XXVII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará solemnemente
en Calcuta, India, el 11 de febrero de 2019, la Iglesia, como Madre de todos sus hijos,
sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del
Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los
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enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y
sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se
sienta “querida”.
La vida es un don de Dios —y como advierte san Pablo—: «¿Tienes algo que no hayas
recibido?» (1 Co 4,7). Precisamente porque es un don, la existencia no se puede
considerar una mera posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las
conquistas de la medicina y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a
la tentación de la manipulación del “árbol de la vida” (cf. Gn 3,24).
Frente a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa
como el paradigma capaz de desafiar el individualismo y la contemporánea
fragmentación social, para impulsar nuevos vínculos y diversas formas de cooperación
humana entre pueblos y culturas. El diálogo, que es una premisa para el don, abre
espacios de relación para el crecimiento y el desarrollo humano, capaces de romper
los rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad. La acción de donar no se
identifica con la de regalar, porque se define solo como un darse a sí mismo, no se
puede reducir a una simple transferencia de una propiedad o de un objeto. Se
diferencia de la acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y supone
el deseo de establecer un vínculo. El don es ante todo reconocimiento recíproco, que
es el carácter indispensable del vínculo social. En el don se refleja el amor de Dios, que
culmina en la encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu Santo.
Cada hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, necesitamos para
vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y etapa de la vida, nunca
podremos liberarnos completamente de la necesidad y de la ayuda de los demás,
nunca podremos arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También
esta es una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. El justo reconocimiento
de esta verdad nos invita a permanecer humildes y a practicar con decisión la
solidaridad, en cuanto virtud indispensable de la existencia.
Esta conciencia nos impulsa a actuar con responsabilidad y a responsabilizar a otros,
en vista de un bien que es indisolublemente personal y común. Solo cuando el hombre
se concibe a sí mismo, no como un mundo aparte, sino como alguien que, por
naturaleza, está ligado a todos los demás, a los que originariamente siente como
“hermanos”, es posible una praxis social solidaria orientada al bien común. No hemos
de temer reconocernos como necesitados e incapaces de procurarnos todo lo que nos
hace falta, porque solos y con nuestras fuerzas no podemos superar todos los límites.
No temamos reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha inclinado (cf. Flp 2,8)
y se inclina sobre nosotros y sobre nuestra pobreza para ayudarnos y regalarnos
aquellos bienes que por nosotros mismos nunca podríamos tener.
En esta circunstancia de la solemne celebración en la India, quiero recordar con alegría
y admiración la figura de la santa Madre Teresa de Calcuta, un modelo de caridad que
hizo visible el amor de Dios por los pobres y los enfermos. Como dije con motivo de su
canonización, «Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa
dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio
de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y
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descartada. […] Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren
abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado;
ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas
ante los crímenes […] de la pobreza creada por ellos mismos. La misericordia ha sido
para ella la “sal” que daba sabor a cada obra suya, y la “luz” que iluminaba las tinieblas
de los que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento. Su
misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en
nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más pobres
entre los pobres» (Homilía, 4 septiembre 2016).
Santa Madre Teresa nos ayuda a comprender que el único criterio de acción debe ser
el amor gratuito a todos, sin distinción de lengua, cultura, etnia o religión. Su ejemplo
sigue guiándonos para que abramos horizontes de alegría y de esperanza a la
humanidad necesitada de comprensión y de ternura, sobre todo a quienes sufren.
La gratuidad humana es la levadura de la acción de los voluntarios, que son tan
importantes en el sector socio-sanitario y que viven de manera elocuente la
espiritualidad del Buen Samaritano. Agradezco y animo a todas las asociaciones de
voluntariado que se ocupan del transporte y de la asistencia de los pacientes, aquellas
que proveen las donaciones de sangre, de tejidos y de órganos. Un ámbito especial en
el que vuestra presencia manifiesta la atención de la Iglesia es el de la tutela de los
derechos de los enfermos, sobre todo de quienes padecen enfermedades que
requieren cuidados especiales, sin olvidar el campo de la sensibilización social y la
prevención. Vuestros servicios de voluntariado en las estructuras sanitarias y a
domicilio, que van desde la asistencia sanitaria hasta el apoyo espiritual, son muy
importantes. De ellos se benefician muchas personas enfermas, solas, ancianas, con
fragilidades psíquicas y de movilidad. Os exhorto a seguir siendo un signo de la
presencia de la Iglesia en el mundo secularizado. El voluntario es un amigo
desinteresado con quien se puede compartir pensamientos y emociones; a través de
la escucha, es capaz de crear las condiciones para que el enfermo, de objeto pasivo de
cuidados, se convierta en un sujeto activo y protagonista de una relación de
reciprocidad, que recupere la esperanza, y mejor dispuesto para aceptar las terapias.
El voluntariado comunica valores, comportamientos y estilos de vida que tienen en su
centro el fermento de la donación. Así es como se realiza también la humanización de
los cuidados.
La dimensión de la gratuidad debería animar, sobre todo, las estructuras sanitarias
católicas, porque es la lógica del Evangelio la que cualifica su labor, tanto en las zonas
más avanzadas como en las más desfavorecidas del mundo. Las estructuras católicas
están llamadas a expresar el sentido del don, de la gratuidad y de la solidaridad, en
respuesta a la lógica del beneficio a toda costa, del dar para recibir, de la explotación
que no mira a las personas.
Os exhorto a todos, en los diversos ámbitos, a que promováis la cultura de la
gratuidad y del don, indispensable para superar la cultura del beneficio y del descarte.
Las instituciones de salud católicas no deberían caer en la trampa de anteponer los
intereses de empresa, sino más bien en proteger el cuidado de la persona en lugar del
beneficio. Sabemos que la salud es relacional, depende de la interacción con los
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demás y necesita confianza, amistad y solidaridad, es un bien que se puede disfrutar
“plenamente” solo si se comparte. La alegría del don gratuito es el indicador de la
salud del cristiano.
Os encomiendo a todos a María, Salus infirmorum. Que ella nos ayude a compartir los
dones recibidos con espíritu de diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos
y hermanas atentos a las necesidades de los demás, a saber dar con un corazón
generoso, a aprender la alegría del servicio desinteresado. Con afecto aseguro a todos
mi cercanía en la oración y os envío de corazón mi Bendición Apostólica.
Francisco
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